Hoy es un día especial. Desde Barcelona, cuarenta personas, entre estudiantes y monitores, se disponen a dar comienzo a la duodécima expedición Tahina-Can, que este año pone rumbo a Colombia.
Con las maletas cargadas de sueños, los expedicionarios embarcan en el Aeroport del Prat a las 16:40h, preparados para un largo viaje de más de diez horas. Un agotador vuelo marcado por el flujo constante de comida así como las idas y venidas hasta el final de la aeronave para conseguir bebidas frías. Finalmente, a las 19:40h, los viajeros han podido avistar Bogotá entre una oscuridad interrumpida por mil luces de colores. Se trata de la capital de Colombia, que cuenta con más de siete millones y medio de personas y que, desde hoy y, durante tres días, acogerá a los aventureros estudiantes.
Lejos del mar queda Bogotá: son 2578 metros de altura, los que cuenta, sobre el nivel del mar. Una altitud poco común para los expedicionarios. Según las dos médicos de la expedición, lo más frecuente es tener menos oxígeno en sangre a causa del cambio de altura. Sin embargo, la elevación no es suficiente para que aparezcan síntomas visibles del llamado "mal de altura". Aún así, han aconsejado tener cuidado a partir de los tres mil metros de altura por los posibles síntomas que se pueden derivar: como el edema cerebral, -aumento de la masa cerebral a causa de la dilatación de los vasos sanguíneos-, el cuál es fácil de prevenir con distintos tipos de dopaje natural.
Por su parte, a Félix Montero, expedicionario por segundo año consecutivo, no le da miedo el cambio de altura: "Si se toman las precauciones necesarias no hay nada que temer. Además, contamos con un equipo médico excelente".
No parece haber resquicios de miedo en autobús que avanza, al ritmo de bachata, hacia el corazón de Bogotá, cargado de historias que desean ser descubiertas y contadas al mundo con una mirada cercana, transparente y alejada de los convencionalismos modernos.