Diario de Ruta Edición 2024, Uganda

Naturaleza y tradición, unidas en Bigodi

Abel de Medici

Por Alexandra Socorro

El séptimo día en Uganda comenzó con el canto de las aves y unas leves gotas de agua. El comedor, donde se llevó a cabo el desayuno, estaba casi desierto. Poco a poco aparecieron expedicionarios que, tras una noche de música, debían prepararse para visitar el santuario de la zona pantanosa de Bigodi.

Por primera vez durante la expedición, una mujer se encargó de guiar al grupo Tahina-Can en la excursión. La guía encargada de acompañar a los tahinos era Joanne, que se define como «una mujer fuerte». Asegura que le gusta y siente lo que hace y «si alguien cree en lo que hace puede conseguirlo». Ese fue su caso: «Confío en mí, creo en lo que hago y sé que soy fuerte».

Una vez en el ‘autobus sáfari’, cuya altura, según el conductor del vehículo, supera la de un elefante, se inició el camino dirección Bigodi. El santuario alberga en torno a 1.500 chimpancés de especies diferentes. «Es el lugar con mayor concentración de estos animales en el mundo», indica Mark, guía turística de Tahina-Can en Uganda.

Al llegar al santuario, los tahinos se dividieron en cuatro equipos. Para cada uno de ellos había un guía: Joanne, Apolo, Patrick y Benjamin.

Medicina tradicional, una ‘coffee home’ y el legado de los chamanes conviven en Bigodi. La visita al lugar comenzó con un recorrido por el pantano.

Lo primero que el grupo encontró fue un termitero. Era marrón y contaba con un gran tamaño. Ahí, explicó el guía Apolo, «los chimpancés ponen un palo y esperan a que las termitas lleguen». Después de esto «se lo comen como si fuese un helado«, dijo el guía entre risas.

Abel de Medici

Los primeros chimpancés no tardaron en aparecer. El primero fue un colobo rojo, que se encuentra en peligro de extinción. Estos animales, dijo Apolo, solo tienen cuatro dedos y se mueven en grandes grupos de entre diez y quince, «pero hay uno que controla a la manada». Después de estos, se dejaron ver otras dos especies: el colobo blanco y negro, endémico de África, y el mono de cola roja.

La vegetación también estuvo presente en el encuentro entre los tahinos y el santuario de Bigodi. En esta ocasión, la naturaleza, las tradiciones populares y la medicina ancestral fueron las protagonistas.

En el santuario mostraron plantas como el papiro, que cuenta con múltiples usos como la pesca o la artesanía; y la planta de la malaria, que en palabras de Apolo “si contraes la enfermedad la comes durante dos días y te curas».

Otra de las especies vegetales que el guía enseñó fue el ‘Sausage tree’ (en español, árbol de la salchicha), que esconde un secreto de antaño. “Antes las personas ponían una silla debajo del árbol para que su suegra se sentase. Si un fruto de las ramas le cae en la cabeza, significa que es mala suegra», desveló Apolo.

Ya fuera del santuario, tahinos y tahinas se dirigieron a la ‘coffee home’: una pequeña aldea rodeada de cabañas, cabras y gallinas. Llegó el momento de ver el proceso de elaboración del café autóctono.

Abel de Medici

Al grito «a machacar el café de Uganda», un grupo de mujeres cantaba mientras otras dos, con un palo en la mano, trituraban las semillas del café. Después, lo pasaron a un caldero con fuego. El proceso se llevó a cabo con las mujeres colocadas en una especie de semicírculo. Vestían la misma ropa: falda larga de color verde y camiseta negra. Una vez hecho el café, los expedicionarios pudieron probarlo.

Abel de Medici

La jornada no finalizó aquí. El grupo conoció al chamán de la comunidad. Dos hombres sentados en una alfombra recibieron a los tahinos. Detrás de ellos, una pequeña cabaña. Delante, elementos como el esqueleto de un chimpancé y algunas plantas. Son padre e hijo: los ‘curanderos’ de la comunidad, aunque este último se encuentra aprendiendo el oficio. Es su padre el que le enseña. La labor consiste en curar las enfermedades de las personas que solicitan sus servicios. Sin embargo, existen algunas que no pueden tratar como el ébola, el covid, el sida o el cáncer.

Dicen tener la clave para hacer sentir bien a alguien después de una ruptura amorosa. También para deshacerse de los enemigos a través del cráneo del chimpancé: «Le puedes echar una maldición a la persona que escojas y el proceso generará que abandone la comunidad», contó Joanne.

La visita concluyó con la historia de los chamanes. Llegó el momento, una vez más, de subir al camión. Próxima parada, Kaseses, la ciudad donde los tahinos pasarían la noche y pondrían el punto final a otro capítulo de la aventura en Uganda.

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