Tailandia tiene en su seno una gran variedad de religiones. Si bien la mayoría de la población es budista, también hay una parte importante musulmana, localizada sobre todo en el sur del país. Además, desde hace unos treinta años las tradiciones ancestrales se están fusionando con el cristianismo. Esto se debe a que los misioneros cristianos desde hace años han ofrecido ayuda a las personas más necesitadas, por lo que la gente de los poblados ha adoptado las nuevas creencias.
El animismo es una de estas religiones propias de la zona. Se basa en la creencia de la existencia de espíritus en los elementos de la naturaleza y en algunos objetos. Así pues, cuando los creyentes quieren talar árboles, recoger la cosecha o beber agua del río es necesario pedir perdón, porque todo tiene alma.
A poco más de una hora de Chiang Mai existe un poblado de la tribu Lisu. Esta es una etnia de origen chino que se ha extendido a otros países de la zona y que mayoritariamente sigue el animismo. El pueblo está constituido de casas bajas de una sola planta, a diferencia de sus poblados vecinos, como los Karen o los Lahu, todas ellas con una casita de los espíritus donde poner las ofrendas. En una de ellas vive el chamán o hechicero, la persona más importante dentro de la comunidad. Junto a él, su mujer, una señora dedicada a vender objetos a los turistas.
El hombre no nace como hechicero, ni tampoco es designado o votado popularmente, sino que él es un ser extraordinario. Es capaz de tocar el fuego o el aceite hirviendo sin quemarse y además habla una lengua diferente al resto de la gente de su pueblo. Estos atributos le permiten mediar entre el mundo de los espíritus y de los vivos, y es que se encarga de presidir los funerales para hablar con el alma del muerto y saber dónde quiere ser quemado.
También puede interpretar el futuro, y para ello utiliza los huesos de pollo, que mantiene en su cuenco de madera para determinar, por ejemplo el futuro de las parejas que se quieren casar.
Pero dentro del poblado, además, se encarga de curar a su gente. Lu forma parte de la tribu Lisu y comenta que el hechicero ha curado a algunos de sus familiares, aunque no sabe cómo explicar lo que hizo el chamán. “No se puede ver cómo trabaja el hechicero, pero sí que se puede sentir en el espíritu. Hace salir el mal y hace sentir bien a la persona”, comenta Lu, un joven que ha dejado su pueblo para vivir en la ciudad de Chiang Mai.
El hechicero es el centro del poblado, quien se encarga de mantener y asegura la supervivencia de estas religiones que creen en la existencia de espíritus presentes en todos los objetos, pero que poco a poco están siendo relegadas a un segundo plano por el contacto con las religiones mayoritarias.