Diario de Ruta Edición 2024, Uganda

Kibiro y el horizonte del lago Alberto

Alexandra Gil

Por Alexandra Gil

Un nuevo día amanece en Uganda. Alistar maletas, últimos retoques y todo listo para empezar una nueva aventura. Salimos de la habitación y nos dirigimos hacia el salón en común. Desayunamos tortilla con tostadas y salchichas por última vez en el hotel Gibir and Longo Safari Lodge.

Todos ya estamos reunidos cuando aparece nuestro guía Mark, un guía carismático y corpulento cuyo español destila un inconfundible acento cubano. Hoy vamos a visitar el pueblo de Kibiro, ubicado en el distrito de Hoima. Kibiro es un lugar especial, ya que el pueblo fue integrado a la ruta turística especializada por Toni Espadas, cofundador de la agencia Rift Valley, cuando se encontraba explorando el país junto a un fotógrafo. Los habitantes los acogieron y, desde entonces, solamente visitan el lugar viajeros de la agencia Rift. La expedición Tahina-Can es la primera vez que lo hace.

Subimos al autobús para dirigirnos a nuestro próximo destino. Se nota el cansancio acumulado de estos días repletos de experiencias intensas que solamente habíamos podido ver antes en documentales de televisión. Puede que también todos tengamos sueño por la fiesta en la hoguera del día anterior. La voz enérgica de Mark nos despierta para avisarnos que paramos al mirador del valle del Rift, la gran fractura geológica de África Oriental. Aprovechamos para estirar las piernas unos minutos y volvemos al autobús. Todavía nos quedan treinta minutos para llegar.

Desde las ventanas del autobús, vemos como el paisaje cambia. Nos encontramos en plena naturaleza, extensiones de campos que parecen no tener fin. Aquí ya no hay tanta urbanización. De vez en cuando, vemos en el paisaje casas construidas de barro y cañas. Nos sorprende cómo la gente que nos vamos encontrando por el camino se para para saludarnos o mirarnos con extrañeza. Los habitantes incluso dejan de labrar el campo para fijarse en cómo el autobús avanza por el camino. Los niños corren hacia nosotros para saludarnos y nos gritan de alegría.

En lo alto de una colina, el autobús se para y retrocede. Mark anuncia que vamos a tener que ir andando porque el autobús no puede bajar hasta llegar al pueblo. Estamos en Kibiro. Enfrente ante nosotros se extiende el lago Alberto y su horizonte. Impresionante. Para muchos el lago parecía más un mar. Empezamos la marcha hasta encontrarnos con nuestro guía de hoy, Richard. Es periodista y reside en Kibiro. Es capaz de hablar hasta cuatro idiomas, entre ellos el inglés y el suagili. De hecho, nos cuenta que en la localidad hay hasta tres dialectos. Le seguimos.

A la entrada del pueblo ya hay niños y adultos que esperan nuestra llegada. Aunque tengamos distintos idiomas, todos nos saludamos por la calle y con algunos gestos podemos llegar a entendernos. Un sentimiento de unión y humanidad nos invade. Algunos del grupo se separan para hablar con los niños. Otros siguen a Richard hasta llegar a la única iglesia de la localidad. Se trata de una construcción cristiana datada en 1872.

Seguimos nuestro camino acompañados de una multitud de niños. Se unen a nosotros a medida que avanzamos. Próximo lugar: visitar las aguas termales. Estas aguas están a una temperatura de 50 grados y continen azufre, de ahí que el agua posea un color blanquecino y la olor sea muy fuerte. El periodista local nos cuenta sus tradiciones mientras nos enseña, en el nacimiento de las aguas termales, cómo se pueden hervir huevos crudos. Cada 1 de junio hasta el 13, todo aquél que crea en los espíritus debe venir hasta las aguas con los pies descalzos. Así, al llegar puede hablar con los espíritus. También se dice que una mujer fue sacrificada en ese mismo lugar y, es por esto, que entorno a esos días mencionados se puede escuchar su voz. Otros piensan que si ven el espíritu de una cobra, ellos no la pueden matar porque entonces esta los matará a ellos. Pero, en la actualidad, la realidad es que en el poblado existen dos grupos; aquellos que creen y los que no creen. Además, estas tradiciones han tenido que convivir con la religión cristiana católica y ortodoxa. Así que las creencias son muy variadas.

Posteriormente, Richard nos lleva al lugar donde se encuentra una mujer que trabaja extrayendo sal de la tierra y nos cuenta el proceso de producción. Es un oficio generacional que solamente realizan mujeres. Su madre le había enseñado a ella y ella se lo enseñará a su hija. Así, el proceso hace más de cien años que se lleva a cabo.

Es la hora de comer. Los habitantes nos han preparado pescado fresco del lago. Lo complementan con patatas y tomates. Comemos todos juntos en sillas posicionadas en círculo. Como no hay suficiente pescado, tenemos que compartir uno en grupos de tres personas. A Richard le sabe mal y nos pide perdón por haber tenido un error de cálculo. Le decimos que hay suficiente, ellos estan haciendo un esfuerzo muy grande para querer dar a cuarenta turistas de comer. Pero, más tarde, nos trae más pescado.

Cuando acabamos de comer, es la hora de volver al autobús que hemos dejado aparcado en lo alto de la colina. Los más valientes prefirieron subir la cuesta empinada andando. Los más aventureros eligieron la adrenalina al montarse en las motos de los locales y experimentar cómo la velocidad irrumpe en el camino lleno de rocas. El equipo motorista que ya ha llegado al autobús se lleva una sorpresa cuando ve llegar una moto conducida por uno de los compañeros tahinos, el chico local de Kibiro va montado como copiloto. Despierta la risa de todos, él se diferencia del resto del grupo, esta sorpresa y desenlace solamente hubiera podido venir de él.

Esperamos a todos los miembros del grupo para subirnos al autobús de nuevo y emprendemos nuestro viaje hasta el próximo hotel. Llegamos al Mika Eco Lodge después de media hora de trayecto. Descargamos maletas, nos aposentamos en las habitaciones y nos preparamos para la presentación a las siete de la tarde de los proyectos en los que trabajamos a lo largo del viaje. El comedor de presentación era enorme con una plataforma para subirnos, un proyector y unos micrófonos para simular escenarios reales de conferencias.

Primeramente, el equipo de redes presenta la estética y la logística que siguen estos días para dar a conocer lo que hacemos en el viaje. No es un viaje de vacaciones, es un viaje periodístico para conocer África. Le siguen los demás hasta exponer todos los proyectos conjuntos e individuales del grupo de fotoperiodismo, prensa y televisión.

Para cerrar el día, nos dirigimos al salón principal para cenar y prepararnos para la próxima aventura del día siguiente, pero no sin antes bailar al ritmo de los bongos de Uganda.