Tras un intenso aterrizaje en Utrecht, los expedicionarios nos hemos dirigido hacia la muralla que marca los límites de la antigua Jiva, donde hemos saboreado un almuerzo tradicional del lugar.
Instalados en tres bloques de departamentos cuya estructura es la misma de las casas tradicionales aunque recicladas como alojamiento para viajeros, hemos emprendido el camino de Itchan Kala, la ciudad interior, donde se encuentran la mayoría de obras de arte musulmanas, desde los mineretes de las antiguas mezquitas hasta madrazas, tumbas y palacios.
Bajo un sol abrasador, hemos recorrido la antigua ciudad amurallada, un museo a la intemperie que a pesar de formar parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO todavía sobrevive a la tendencia del turismo a masificarse en todo el mundo.
Las gentes de Jiva demuestran una tolerancia exquisita hacia el forastero, sonríen y se dejan tomar fotografías. Los más pequeños, incluso, han disfrutado jugando un partido de fútbol con algunos expedicionarios y han acabado entonando el popular canto culé "Ser del Barça" casi a la perfección ante el minarete Islam-Jodzha. Todos los tahinos hemos accedido a lo más alto de este monumento, de 50 metros y 180 escalones, el más alto de la ciudad.
Después de un atardecer impregnado de colores y olores en la ciudad de barro, hemos saboreado una cena tradicional bajo el cielo estrellado de Jiva, en un restaurante al aire libre.
La primera noche en el cruce de las telas, las especias, los esclavos y las piedras de la era de Marco Polo ha acabado en el hall de los diferentes bloques de departamentos, donde los expedicionarios han trabajado con sus respectivos equipos de tele, radio y redacción integrada.