Por un dólar, en Ecuador te venden veinticinco rosas. Y no veinticinco rosas normales. Enormes capullos de pétalos brillantes, de color rojo, rosa, azul, blanco...Veinticinco maravillas.
Ecuador es el país de las rosas. Desde los años 80 viene desarrollando una potente industria florícola, la principal de toda América Latina (junto con la colombiana, su más dura competencia en los últimos tiempos), que le reporta al año un total nada despreciable de mil millones de dólares. En 2003 era la tercera fuente de riqueza privada del país. Actualmente ha bajado posiciones, pero su importancia sigue siendo más que significativa.
Una gran cantidad de haciendas florícolas se reparten por todo el territorio ecuatoriano. Cada una de ellas produce un mínimo de 15.000 rosas al día, una cifra sorprendente que asciende a 20.000 e incluso 25.000 en algunos casos. Uno de estos casos se encuentra localizado en la región de Tabacundo, setenta kilómetros al norte de Quito y todavía en la provincia de Pichincha. Por sus características geográficas (esencialmente los dos mil quinientos metros en los que sobrepasa el nivel del mar), esta zona se convierte en un lugar ideal para el cultivo de rosas, que se ve favorecido por el hecho de que la luz del sol incide directa y perpendicularmente sobre las plantaciones.
La proliferación de empresas florícolas especializadas en la rosa tiene su origen en la reforma agraria de 1964, gracias a la cual los indígenas ecuatorianos recuperaron las tierras que eran suyas, desapareciendo así el sistema de trabajo de la tierra (demasiado parecido al feudalismo) que existía en este país desde la época colonial. Los propietarios de las haciendas vieron disminuidas sus extensiones de terreno y desaparecida la mano de obra que les interesaba (los indígenas no cobraban, o en su caso un salario mínimo), y volvieron la vista hacia otros sectores económicos. Muchas haciendas se convirtieron en hosterías. Otras, sin embargo, se inclinaron por algo más prosaico: el cultivo de la más romántica de las flores.
Ecuador exporta alrededor del 70% de su producción de rosas a Estados Unidos. El 30% restante se va a Europa, concretamente a Italia, Holanda y Rusia. Como curiosidad, hay que señalar que el público ruso es el más delicado: exigen, por ejemplo, tallos de más de ochenta centímetros. Este comercio, como se ha señalado, es uno de los principales del país andino.
El sistema por el cual las rosas cultivadas en las haciendas se preparan para su viaje hacia los distintos puntos de la tierra es bastante complejo. Han de ser cortadas una por una, eligiendo el punto concreto del tallo que es apropiado para pasar por la tijera. Mientras se desarrolla este proceso (puede durar muchas horas, teniendo en cuenta el número de rosas que se producen), las flores ya cortadas esperan pacientemente sumergidas en agua tratada con ciertos productos que impiden que se abran los capullos. Una vez que todas han sido separadas de la planta, son trasladadas, con el mismo sistema con que se transportan los plátanos, a lo que se conoce como "poscosecha". En este lugar, las rosas viajeras han de pasar un mínimo de tres horas en agua. Transcurrido ese tiempo, los trabajadores de la hacienda (cabe señalar que, en su mayoría, tres de cada cuatro, son mujeres, pues se las considera más delicadas y cuidadosas) las recuperan, las arreglan, les quitan hojas y espinas y las preparan en bouquets para el viaje. Éste lo realizarán en todo momento dentro de cámaras refrigeradoras, a una temperatura de 2ºC, para evitar que se estropeen y se abran sus pétalos. Han de llegar intactas a su destino extranjero.
Son muchas las rosas ecuatorianas que marchan a EEUU o Europa, pero también son muchas las que se quedan en su tierra. Un buen número de espacios públicos y establecimientos privados ecuatorianos exhiben con orgullo grandes ramos de rosas rojas, blancas, amarillas en todos los rincones.
Perfuman y alegran la vista de todos. Son las reinas de las flores del Ecuador.